lunes, 19 de octubre de 2009

Risas en el Sur


14 horas sentada en un bus, en un asiento semi-cama -no se donde lo ven esto de cama- para llegar a Puerto Varas.
Álvaro y yo esperábamos al resto que llegaban en otro bus, una hora más tarde, para poder entrar en un hostal, dejar las cosas, y salir a conocer un poco del Sur. Mientras, encontramos un hostal que nos pareció bien, aunque cabe remarcar, sin desayuno.
Éramos siete -sí, como los siete enanitos-, y después de ir a la oficina de turismo y descartar los tours organizados -con un precio increíblemente alto- optamos por subir a una micro y visitar lo que la dueña del hostal nos había recomendado.
De primero una del Lago Todos los Santos, donde “los más pequeños” -para decirlo de alguna manera- se entretuvieron tirando piedras en el agua -no para ver cuantos saltos daba, sino para demostrar quien tenía más fuerza y la lanzaba más lejos...que machotes, todos-. Incluso uno se despistó y dejó caer el móvil en vez de la piedra -suerte de la sirena que se lo sacó y lo dejó en la orilla-.
De bajada a Ensenada -algunos en micro y otros corriendo- nos paramos a los Saltos de Petrohué, donde comimos unas fantásticas vienesas/bocatasdeatún/panconalgo, menú que se repetiría los siguientes días. Y después de disfrutar de las vistas, de caminar por el sendero de los enamorados, de acercarnos a la orilla del río y de decidir cual sería el orden de nuestra muerte en caso de encontrarnos en una película de terror, subimos a otra micro, esta vez algo peculiar. El conductor se ofreció -a cambio de, evidentemente, una suma de dinero- a hacernos de taxi por la zona. Y la jugada nos salió bien. Nos subió al Volcán Osorno, nos esperó a que anduviéramos y sacáramos unas fotos un poco más arriba, y nos volvió a bajar a Puerto Varas. No sin antes pararse en la Laguna Verde -de un intenso color verde esmeralda que se debe a los minerales que forman esta pequeña ensenada del Lago Llanquihue, conectado por este por un estrecho canal-. En la laguna, unas fotos más, algunos intentos de llegar al otro lado de la laguna lanzando una piedra -algunos con más acierto que otros- y vuelta a la micro, sin olvidar que “nuestro” conductor nos estaba esperando. Antes de llegar definitivamente a Puerto Varas también nos aturamos el en Mirador Cráter la Burbuja, sitio que nos sirvió para continuar la broma de nuestro viaje de terror cuando unos muchachos con una motosierra en su auto nos siguieron detrás del autobús.
El sábado nos acompañó la lluvia todo el día: en Puerto Octay, en Frutillar -donde probamos el koujen acompañado de un chocolate caliente- y finalmente en Puerto Varas, donde llegamos justo a tiempo para ver la segunda parte del partido Chile-Colombia que sirvió a Chile para clasificarse para el mundial después de ganar 4-2. Las celebraciones en la plaza (“chileno, chileno de corazón, salta en la barra y dale al tablón, que chile va a ser campeón...”) y la felicidad del casero del hostal, nos dieron que hablar durante la cena.
El domingo tuvimos suerte de no perder el autobús que nos tenía que llevar a la Isla de Chiloé. Durante la noche se había adelantado la hora, y ninguno de los siete nos habíamos acordado -sin comentarios-.
De Chiloé paseamos por Castro, vimos sus peculiares Palafitos y nos alojamos en un hostal que incluso sale en la Lonely -guía de María que nos hizo de biblia durante todo el viaje-. Comieron el típico Curanto en el restauranto Octavio -también presente en la dicha guía- mientras yo disfrutaba de mi merluza a lo pobre y pensaba en lo bien que estaba yendo el fin de semana.
El lunes subimos con la intención de ver pingüinos en Ancud, pero entre que el día no acompañaba, que no teníamos mucho tiempo, y que al final del viaje ya íbamos cortos de plata, lo dejamos pendiente para un futuro viaje a la Serena, y nos dedicamos a pasear por Ancud, visitar el Museo, llegar hasta el Fuerte, y almorzar bien. Nos esperaban 14 horas más de bus.
Siete personas -Vanessa, María, Álex, Álvaro, Iñaki y Adri- que no habíamos viajado nunca juntos, pero que conseguimos hacer del fin de semana largo, un fin de semana lleno de risas. Después de tres meses en Chile, recibí más de un abrazo sin que lo pidiera, hice el tonto como si estuviera en casa y me reí como no lo había hecho desde mi llegada.



Y este miércoles, una cena para siete -a poder ser, acompañada de unas risas más-.


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