Ayer se terminaron mis
vacaciones. Después de quince días en familia, quince días disfrutando de mi
tía, mi tío y mi más que querida prima, tocaba volver a la normalidad. Me
despedí de ellos en la estación de tren de Philadelphia. Estuvo bien no
despedirse en New York –demasiada gente-, ni en Washington –demasiado cerca de
casa-. Me esperaban un poco más de tres horas de autobús para poder sacar todo
lo que llevaba dentro. Para terminar de vaciar esas lágrimas que –como era de
esperar- ya habían empezado a salir en los abrazos y los “hasta muy pronto” de
la estación. Quince días que han pasado volando, quince días en los que he sido
feliz llenando la palabra del máximo significado. Quince días en que he podido
ser yo misma en cada segundo y en que –aunque ya lo sabía- he vuelto a sentir
muy cerca la fantástica familia que me ayuda crecer.
Pero no es del viaje en familia
de lo que quiero hablar. Sino de los recuerdos que me pasaron por la cabeza cuando
subí a ese autobús dirección Washington. Hace cuatro años y medio tuve la
visita de mi prima –entonces bastante más inocente-, mi tía, mi tío y –en esa
ocasión- mi hermano. Volaron hasta Santiago de Chile para pasar las Navidades a
mi lado y conocer el país que me acogía des de hacía seis meses, y en el que me
quedaría medio año más. Pero los diez días que estuvieron allí –aparte de pasar
fugazmente- se terminaron. Para entonces algunos de mis apoyos cruciales en ese
país ya habían regresado a casa. Pero allí estaba Adri. Recuerdo como si fuera
ayer que lo llamé llorando, que me esperó en su casa y que me cocinó lo que más
me apetecía –carne arrebozada-. Pero lo más importante –y que recordé ayer en
el autobús- fue su compañía, sus abrazos que tanto echo de menos. Porque ayer,
cuando no me esperaba nadie en la Capital, cuando tenía el corazón encogido y
ese dolor de cabeza no me dejaba ni pensar, me hubiera encantado que –esta vez-
nuestro destino hubiera vuelto a estar en la misma ciudad.
A veces hace falta mandar
abrazos, sobre todo a aquellos que sabes que les agradará. Des de mi “basement”
en Washington, hasta tu apartamento en Santiago, aquí va mi abrazo.