Sacar el abrigo del armario, ponerte medias debajo el pantalón, tener los guantes y la bufanda a punto, por si el día se despierta con ganas de helar. Sí, yo me considero una persona de verano, amante del calor y a quien lo le gusta tener los pies fríos. Pero si toca disfrutar del frío, así lo vamos a hacer. Y me pondré un abrigo, y saldré a la calle, y pisaré las hojas para sentir su crec, y esperaré la llegada a casa para tomar un te calentito, y veré rincones de la ciudad y pensaré “que bonita foto”.
Aunque no todo puede ser como un cuento de hadas. Con el Otoño, llega el frío, y con el frío, las polillas. Alguna en la entrada del edificio, alguna otra en el ascensor, alguna que se cuela en nuestro comedor. Suerte que les advertí, y espero que no tengamos que verlas muy a menudo.
Y sí, también me falta alguna cosa más. Aunque en Chillán pude comer castañas -para completar mi Otoño de cuento- continuaré soñando en el próximo otoño, cuando pueda comer las increíbles bolitas de castaña y chocolate de mi abuela. Estaba claro, en medio de tanto Otoño, faltaba el toque familiar.
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